Edificando la fortaleza de la fe

David fue un hombre con el corazón de Dios y, así, pudo ser honesto tocante a sus luchas con el miedo. Hubo muchas veces en su vida en que el miedo atenazó su alma: «Me rodearon ligaduras de muerte, y los torrentes de perversidad me atemorizaron» (Salmo 18:4). Pero David tenía sus raíces profundas y seguras en una realidad aún más grande: la presencia y la protección del Dios todopoderoso. El Señor era la defensa y el lugar seguro para este hombre. Una fortaleza es un lugar o sistema bien defendido. Hay fortalezas carnales, pero así mismo hay fortalezas santas. Aparte de Cristo, desarrollamos nuestros propios medios para manejarnos en la vida y defendernos. Esas fortalezas carnales de la mente se caracterizan por pensamientos erigidos contra el conocimiento de Dios que abarcan duda, incredulidad, miedo y ansiedad. Sin embargo, Dios nos ha dado armas superiores diseñadas para demoler las fortalezas carnales, incluyendo los miedos y las ansiedades que nos dominan. Más que defendernos a nosotros mismos, Él quiere llegar a ser nuestra defensa y fortaleza. David escribió: «El Señor será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia. En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh Señor, no desamparaste a los que te buscaron» (Salmo 9:9-10).