Señor, tú conoces mi corazón y mis necesidades. Lo que realmente quiero es complacerte, servirte y conocerte profundamente, sin importar lo que cueste». Muy a menudo oraba con estas palabras, pero fue en el verano de 1989 cuando el Señor me dio la oportunidad de llenar por completo ese deseo. Yo era uno de los muchos músicos que tomarían parte en el primer y único concierto cristiano que se llevaría a cabo en la entonces Unión Soviética, patrocinado por «Juventud por Cristo». Estábamos programados para presentar cuatro conciertos en tres días en Talín, Estonia. Habiendo despegado de Nashville, me puse cómodo para el largo vuelo trasa-tlántico. En ese momento, Dios me habló para probar mi obediencia y ni el fuerte ruido de las turbinas pudo opacar esa pequeña pero persistente voz: «Recuerda, Bruce, todo lo que tienes me pertenece. Quiero que regales tu guitarra en la Unión Soviética». Mi guitarra acústica estaba extremadamente bien protegida. La cuidaba demasiado; me había costado 600 dólares.
