Dios nos dice que Él perdona nuestros pecados y los pone tan lejos como el este está del oeste, y Él nunca más los recuerda. Con frecuencia intentamos perdonar a las personas; sin embargo, el perdón no puede completar su obra redentora porque nosotros queremos recordar lo que nos hicieron. Continuamos hablando y pensando en eso. Recordar una ofensa pasada abre de nuevo la herida y alimenta el enojo; el enojo, a su vez, alimenta la falta de perdón. Una mujer compartió conmigo en una ocasión una lección que Dios le enseñó por medio de perdonar a su hijo. Su hijo le había desilusionado y lastimado de muchas formas y, siendo una mujer de Dios, ella llegó al punto donde sabía que debía perdonarle, y llegó el día cuando se sintió capaz de hacerlo. Estaba tan orgullosa de ella misma por perdonarle que le escribió una carta, describiéndole todas las cosas por las que lo había perdonado. También les contó
