Redescubre la Pascua

Jesús estaba muerto, y con él murieron todos sus sueños, todas sus esperanzas, todo en lo que creían. Le habían entregado todo: su pasado, su presente, incluso su futuro, y hasta hacía tres días parecía un buen trato. Él quería todo, y se lo dieron. Solo les pidió que creyeran, y ¡ay, cómo habían creído! ¿Y por qué no? Habían visto lo imposible, habían visto a ciegos ver, habían visto a cojos caminar, y habían visto a muertos resucitar. Creían con todo su corazón, pero ya no; ahora sus creencias estaban tan muertas como su Maestro. No les quedaba más remedio que volver a casa, dejar Jerusalén, dejar sus esperanzas, dejar sus sueños… Bien podrían intentar recuperar su pasado, porque su mañana estaba tan muerto como Jesús. Lo habían visto golpeado, crucificado, asesinado y enterrado, y sabían que el sueño estaba tan muerto como el soñador… a menos que fuera cierto lo que María había visto: una tumba vacía, un sudario enrollado y a Jesús. Y si era así, no estaba muerto, ¡estaba vivo! Y si estaba vivo, todo estaría bien. La primera mañana de Pascua hace 2000 años debió comenzar de forma deprimente, como un evento lúgubre, con los seguidores de Jesús recordando lo sucedido: el horror del viernes, la muerte de su amigo…