Cuando mi sobrino Lawson tenía tres años, me pidió que jugáramos al baloncesto. La pelota era casi tan grande como él, y la canasta medía tres veces su altura. Sus mejores tiros se quedaban cortos. Así que me propuse hacérselo más fácil. Lo levanté. Le puse una mano en la espalda y la otra debajo de él y lo elevé todo lo alto que pude hasta que el aro estuvo delante de sus ojos. «¡Encesta, Lawson!», le grité. Y lo hizo. Hizo rodar la pelota por encima del aro metálico y la dejó caer. ¡Canasta! ¿Y cómo reaccionó el pequeño Lawson? Estando aún en mis brazos, levantó sus puños en el aire y dijo: «¡Lo hice yo solo! ¡Lo hice yo solo!». Un poco exagerado, ¿no crees, colega? Después de todo, ¿quién te sostenía? ¿Quién te sujetaba con firmeza para que no cayeras? ¿Quién te enseñó cómo hacerlo? ¿No te estás olvidando de alguien? El orgullo es espantoso. ¿No se nos acerca sigilosamente?
Empezamos nuestro viaje espiritual siendo pequeños. La conversión es un acto de humildad. Confesamos nuestros pecados,
Recuerda Quién te sostiene
by admin_LaVid | 8 septiembre, 2024
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