Libres por la gracia

La gracia nos ha hecho libres del pecado, de la esclavitud del pecado, de la opresión que ejerce sobre nuestras actitudes, nuestras inclinaciones, nuestras acciones. Pero al quedar libres, y al estar ya viviendo por gracia, puede ocurrir que nos excedamos, que perdamos el control y abusemos de nuestra libertad al extremo de volver a servir al pecado. Eso no sería libertad en absoluto, sino libertinaje. Dado que existe esa posibilidad, muchos optan por el legalismo para evitar la tentación de caer en una vida irresponsable. Es una mala opción. Es mucho mejor que tengamos un respeto tan grande por el Señor, que eso sea lo que nos lleve a controlarnos voluntariamente. Recuerdo la primera vez que saqué mi licencia de conductor. Tenía dieciséis años. Ya hacía tres años que manejaba de cuando en cuando (peligroso, ¿verdad?). Mi padre había estado conmigo la mayor parte de las ocasiones en que practicaba, serenamente sentado a mi lado en el asiento delantero, dando indicaciones, ayudándome para saber qué hacer. Los ruidos fuertes y las frenadas bruscas no le molestaban tanto. Nunca olvidaré el día que entré a la casa, exhibí mi licencia de manejo y dije: «¡Mira papá!». Él respondió: «¡Fantástico!», tomó las llaves de su auto, me las arrojó, y sonrió. «Bien, hijo, puedes llevarte el auto dos horas por tu cuenta». Solo tres palabras, tres maravillosas palabras: «Por tu cuenta». Le agradecí, salí danzando hacia la cochera, abrí la puerta del carro y lo prendí. El pulso se me debe haber acelerado a 180 mientras daba de reversa y me alejaba de la casa. Mientras circulaba «por mi cuenta», empecé a pensar locuras; por ejemplo: Este auto debe alcanzar los 150 kilómetros por hora. Podría llegar bien lejos si hiciera ese promedio. Podría tomar por la autopista y en todo caso pasar algunos semáforos en rojo. Después de todo, ya no hay nadie aquí que me diga: «¡No lo hagas!». ¡Eran ideas peligrosas, realmente desequilibradas! ¿Pero sabes una cosa? No hice ninguna de esas cosas. Creo que ni siquiera llegué al máximo de velocidad permitida. En realidad, recuerdo que regresé a mi casa antes de tiempo… ni siquiera lo usé las dos horas. ¿Sorprendente? Tenía el auto de mi padre a mi total disposición, con el tanque lleno de combustible y podía usarlo con toda libertad, pero no perdí los…