Jesús hablaba con sus discípulos y les daba sus últimas enseñanzas. Acababan de tomar la última cena celebrando la Pascua, y empezaba a prepararlos para su partida. A la pregunta de Tomás de cómo lo segui-rían si no sabían a dónde iba, Jesús le responde: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:6). Después de darles palabras de consuelo y dirección, Jesús les da la promesa del Espíritu Santo: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros» (Juan 14:15-17). A continuación les habla de su regreso: «No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros. Un poco más de tiempo y el mundo no me verá más, pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis… Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho» (Juan 14:18-19, 26). Continúa tranquilizándolos y les asegura que no tienen nada de que temer: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Oísteis que yo os dije: “Me voy y vendré a vosotros”. Si me amarais, os regocijaríais porque voy al Padre, ya que el Padre es mayor que yo» (Juan 14:27-28).
