Tenía poco tiempo de haber llegado al desierto, y el pueblo de Israel ya se había quejado muchas veces. Después de haber presenciado muchos milagros para salvarlos de sus enemigos, como las diez plagas, la apertura del Mar Rojo, la columna de fuego y la nube que los guiaba, la conversión de aguas amargas por dulces, el maná, la lluvia de codornices… seguía quejándose y murmurando contra Moisés. Llegó un momento en que querían apedrearlo y nombrar a otro líder para regresar a Egipto. Su fe en Dios era nula, así que Dios habló con Moisés y le dijo estas palabras: «Hasta cuándo me despreciará este pueblo? ¿Nunca me creerán, aun después de todas las señales milagrosas que hice entre ellos? Negaré que son míos y los destruiré con una plaga. ¡Luego te convertiré en una nación grande y más poderosa que ellos!» (Números 14:11-12 ntv). En seguida, Moisés empezó a interceder por este pueblo ingrato. Trató de convencer a Dios que desistiera, planteando en lo que pensarían los egipcios de Dios al llevarse al pueblo al desierto para matarlo. Entró en un ruego intenso, recordándole al Señor que Él es lento para la ira y grande en misericordia y le pidió que perdonara el pecado del pueblo.
Leave a comment
You must be logged into post a comment.