Hace varios años oí hablar de dos hermanos varones que, a pedido de su madre, estaban recibiendo atención psicológica. A ella le preocupaban las actitudes extremas de ellos: uno era excesivamente positivo, el otro excesivamente negativo. El psicólogo aisló a cada niño en una habitación diferente durante doce horas. En la habitación del niño negativo había cientos de juguetes y todas las diversiones imaginables. La habitación del niño positivo había sido preparada como un establo muy oscuro con una caballeriza. Una vez que terminó el período de doce horas y se abrió la puerta de la primera habitación, el niño negativo se encontraba al lado de la puerta, llorando. Cuando se le preguntó por qué no estaba jugando con los juguetes, se quejó entre lágrimas: «Sabía que si jugaba con algo, seguramente me lastimaría». A continuación, el psicólogo fue a la habitación parecida a una caballeriza oscura, y encontró al niño positivo buscando dentro del heno, mientras reía y gritaba de contento. Entonces el especialista hizo que se tranquilizara, y el niño exclamó: «¡Yo sé que en alguna parte hay un pony, y voy a encontrarlo!».
