Si hay algo que debemos reconocer como cristianos, es el hecho de que Dios quiere dirigir a sus hijos. No es la voluntad de Dios que vivamos una vida de inseguridad e incertidumbre sobre qué hacer o no hacer. Dios, como un padre bueno, ha prometido guiarnos desde esta vida hasta la eternidad. Ahora depende de nosotros dejarnos guiar por Él. Por eso debemos tener cuidado de no dejarnos guiar por nuestros sentimientos, especialmente cuando se trata de nuestra familia. Tenemos que saber distinguir la voz del Espíritu de Dios en medio de la voz de nuestras emociones. Aprender a descubrir esta diferencia dependerá del tiempo que dediquemos a estar en comunión con el Espíritu Santo. Nuestra vida diaria está llena de decisiones —grandes o pequeñas— que vamos tomando para nuestro propio beneficio. Cuando nuestros hijos son pequeños, nosotros tomamos las decisiones por ellos; pero cuando crecen y vemos que ellos no están haciendo la voluntad de Dios, debemos ser los primeros en admitirlo y, en oración, pedir al Señor su consejo para saber cómo debemos actuar. Es importante educar a los hijos pequeños en la Palabra de Dios, porque ellos no son lo suficientemente maduros para guiarse solos y no saben cuándo están haciendo algo fuera de la voluntad de Dios. Por eso el Señor nos manda, como padres, a que los eduquemos en la Palabra, como nos dice Proverbios 22:6: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él».
