Discípulos de verdad y de mentiras

¡Aquello era un tumulto! Y es que Jesús ya no pasaba inadvertido. Sus milagros y sus palabras acerca del Reino habían causado incomodidades en los líderes religiosos y habían despertado la curiosidad de todo Jerusalén y sus alrededores. Aquella tarde, prácticamente todo el pueblo se había volcado a las calles a escuchar sus palabras. Una y otra vez hacían cuestionamientos acerca de su procedencia e identidad. La gente insistía en preguntar quién era Él. «¿Qué os he estado diciendo desde el principio?» (Juan 8:25), les respondió Jesús. Era evidente que las palabras de Jesús no hallaban cabida en su cuadrada manera de pensar. De pronto, Jesús da un giro en su conversación y, dirigiéndose a los judíos que sí habían creído en Él, les dijo: «Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos» (Juan 8:31). Con estas palabras, Jesús nos abre el panorama a visualizar tres clases de personas: los incrédulos, los discípulos de mentiras y los discípulos de verdad. Para empezar, a todos los que habían creído en Él los considera sus discípulos. Así que no se requiere de títulos o inscripciones en cursos o diplomados para ser sus discípulos. Sin embargo, para realmente ser sus discípulos —discípulos auténticos, originales— debemos permanecer en su Palabra. Jesús sabía que de toda aquella masa de gente que lo aclamaba como el Hijo de Dios solo una porción de ellos serían los discípulos de verdad.