Recuerdo que hace algunos años, cuando se pusieron de moda los girasoles, una amiga me regaló de cumpleaños un portarretratos que tenía muchos girasoles alrededor del espacio para la foto. Todos ellos parecían estar sonriendo a la cámara, la cual se enfocaba en un girasol que era más brillante que los demás y que estaba terminando de abrir. Era como un solista que se distinguía del resto del coro. Cuando recibí este regalo, me transporté a la época en la que vi por primera vez los girasoles. Era un enorme plantío a la orilla de la carretera, y los girasoles llegaban hasta donde mi punto de vista alcanzaba desde el interior del auto en el que viajaba con mis padres. Íbamos en un camino rural a lo largo de uno de los lagos escénicos del estado de Nueva York, en una área que se conoce con el nombre de Condado de la Uva, curioso nombre para un lugar lleno de sembradíos de girasoles.
