Para construir un gran edificio, primero es necesario hacer una gran excavación en la que se ponen los cimientos de la construcción. Ese gran hueco solo se logra cuando se retiran muchas toneladas de tierra y piedras; incluso las piedras más grandes se tienen que dinamitar para deshacerlas y extraerlas de ese espacio. Entre más alta vaya a ser la construcción, más profunda debe ser la excavación, y una vez hecha esta, debe llenarse de toneladas y toneladas de concreto y varillas de acero. Pero, cuidado, si este trabajo se hace con mucha celeridad y sin las precauciones debidas, los cimientos pueden quedar deformes o irregulares, y el resto del edificio quedará de la misma forma. En nuestra vida sucede algo similar. Si queremos construir un alto edificio, se requiere de mucho trabajo, pues hay que retirar primero todo lo que sobra; entre otras cosas, hábitos y costumbres tal vez muy arraigadas, pero que estorban para edificar el edificio que pretendemos que sea nuestra vida. Cuando construimos los fundamentos, debemos tener cuidado de sacar de nuestra vida todo lo que estorbe para entonces llenarla de la Roca firme que es Jesucristo y tener anclada nuestra vida en Él. «Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo» (1 Corintios 3:11).